Días de una cámara
Néstor Almendros ha sido uno de los directores de fotografía más importantes de la historia del cine. Almendros fue el artesano de luz natural, aprovechó de ella todos sus momentos mágicos. Néstor Almendros trabajó en películas de Eric Rohmer, François Truffaut, Barbet Schroeder, Robert Benton y Martin Scorsese entre otros.
Prólogo de François Truffaut a Días de una cámara
Hace veinticinco años, la única manera de ver moverse a las imágenes en dos dimensiones era entrar en una sala de cine. Ciertos realizadores del cine se esforzaban en interpretar la realidad, estilizándola, mientras otros, menos ambiciosos, se limitaban pura y simplemente a registrarla. En ambos casos, Hollywood y los neorrealistas, el espectáculo era mágico a priori, y los films resultaban más o menos hermosos según los talentos desplegados, pero raramente eran feos, porque la fotografía en blanco y negro de una cosa fea aparece menos fea que la cosa misma en su estado natural. El blanco y negro era una transposición de la realidad, y por tanto constituía, de suyo, un efecto artístico.
La televisión, el cine de aficionados y el video han destruido definitivamente el misterio. La sala de cine no tiene ya el monopolio de las imágenes en movimiento. Los cineastas pueden todavía interesarnos, pero a condición de no copiar la vida, que es lo que desde hace mucho tiempo viene haciendo, hasta la saciedad, la televisión.
Néstor Almendros es uno de los mejores directores de fotografía del mundo, uno de aquellos que luchan para que la fotografía del cine de hoy no sea indigna de lo que fue en los tiempos de Wilhelm Gottlieb Biffer, el cameraman de D. W. Griffith. El libro de Almendros contesta preguntas que ningún cineasta de hoy puede evitar plantearse: ¿Cómo impedir que la fealdad llegue a la pantalla? ¿Cómo limpiar una imagen para aumentar su fuerza emocional? ¿Cómo lograr que resulten convincentes las historias que tienen lugar antes del siglo XX? ¿Cómo encajar entre sí los elementos naturales y los artificiales, los de fecha precisa y los intemporales, en el interior de un mismo fotograma? ¿Cómo dar homogeneidad a materiales dispares? ¿Cómo luchar contra el sol o dominarlo a voluntad? ¿Cómo interpretar los deseos de un realizador cinematográfico que sabe bien lo que no quiere, pero que no sabe explicar lo que quiere?
Esperaba encontrarme con un libro instructivo, pero no sabía que además iba a emocionarme. Es que no se trata solamente de la descripción de un trabajo, sino también de la historia de una vocación. Néstor Almendros es consciente de ejercer un arte al tiempo que practica un oficio. Fervientemente enamorado del cine, nos hace participar de su vocación y nos demuestra que se puede hablar de la luz con palabras.
Néstor Almendros (Barcelona, España, 1930-Nueva York, Estados Unidos, 1992) fue un director de fotografía español, miembro de la ASC (American Society of Cinematographers).
Hijo de maestros, sufrió directamente las consecuencias de la persecución del aparato franquista. Su padre, Herminio Almendros, nacido en Almansa, fue un pedagogo muy reconocido en América latina. Introdujo en España el método pedagógico de Célestin Freinet. Tras la Guerra Civil se exiliaron en Cuba en enero de 1939. Allí su padre trabajaría como editor y maestro, utilizando los mismos métodos en los comienzos del régimen de Fidel Castro tras la Revolución Cubana. La madre de Néstor, María Cuyás Ponsa, sufrió un traslado forzoso a Huelva en 1944, como consecuencia del proceso de depuración profesional del magisterio.
En 1948 Néstor se marchó a Cuba con su padre, para evitar su incorporación al ejército español. El 25 de enero de 1949 su madre y sus hermanos, Sergio y María Rosa, pudieron reunirse con ambos en La Habana.
Desde su juventud, Néstor demostró gran interés por las artes, pero sobre todo por el cine. En Cuba obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras (1955) y comenzó su carrera como director de fotografía y realizador de películas aficionadas, junto con el fotógrafo cubano Herman Puig (1928), entre otros.
En este mismo año marcha a Nueva York a estudiar cine al New York City College. El curso siguiente está en Roma, en el Centro Sperimentale di Cinematografia. En 1957 vuelve a Estados Unidos, en donde enseña español en el Vassar College (estado de Nueva York) durante dos años, en tanto que dirige piezas teatrales de estudiantes hispanos en el Middlebury College.
Tras la Revolución Cubana, volvió a la isla, donde rodó diversos documentales para el Instituto Cubano de Arte en Industria Cinematográfica (ICAIC), como Gente en la playa, (1961). Sin embargo, al estar en desacuerdo con el gobierno surgido tras la revolución, abandonó el país en 1962, dirigiéndose a Francia, animado por la nouvelle vague. Allí desarrolló una brillante carrera como director de fotografía, con películas como El pequeño salvaje (1969) y La historia de Adéle (1975) de Truffaut o todas las realizadas por Éric Rohmer entre 1966 y 1976 (La coleccionista, Mi noche con Maud, La rodilla de Clara, etcétera).
Más tarde, trabajó tanto en Francia como en los Estados Unidos con películas como: Días del cielo, de Terrence Malick, por la que obtuvo un premio Oscar de fotografía en 1978; Kramer contra Kramer (1981), Bajo sospecha (1982) y Billy Bathgate (1991), las tres de Robert Benton; El último metro (1980), de nuevo con Truffaut; la taquillera The Blue Lagoon (1980), protagonizada por una debutante Brooke Shields; La decisión de Sophie (1982), de Alan J. Pakula (por cuya fotografía fue nominado al premio Oscar en 1983) o Pauline en la playa (1983), otra vez con Rohmer.
También codirigió, con Orlando Jiménez Leal, el documental Conducta impropia (1983) que revela la represión sufrida por los homosexuales durante la Revolución Cuban
Prólogo de François Truffaut a Días de una cámara
Hace veinticinco años, la única manera de ver moverse a las imágenes en dos dimensiones era entrar en una sala de cine. Ciertos realizadores del cine se esforzaban en interpretar la realidad, estilizándola, mientras otros, menos ambiciosos, se limitaban pura y simplemente a registrarla. En ambos casos, Hollywood y los neorrealistas, el espectáculo era mágico a priori, y los films resultaban más o menos hermosos según los talentos desplegados, pero raramente eran feos, porque la fotografía en blanco y negro de una cosa fea aparece menos fea que la cosa misma en su estado natural. El blanco y negro era una transposición de la realidad, y por tanto constituía, de suyo, un efecto artístico.
La televisión, el cine de aficionados y el video han destruido definitivamente el misterio. La sala de cine no tiene ya el monopolio de las imágenes en movimiento. Los cineastas pueden todavía interesarnos, pero a condición de no copiar la vida, que es lo que desde hace mucho tiempo viene haciendo, hasta la saciedad, la televisión.
Néstor Almendros es uno de los mejores directores de fotografía del mundo, uno de aquellos que luchan para que la fotografía del cine de hoy no sea indigna de lo que fue en los tiempos de Wilhelm Gottlieb Biffer, el cameraman de D. W. Griffith. El libro de Almendros contesta preguntas que ningún cineasta de hoy puede evitar plantearse: ¿Cómo impedir que la fealdad llegue a la pantalla? ¿Cómo limpiar una imagen para aumentar su fuerza emocional? ¿Cómo lograr que resulten convincentes las historias que tienen lugar antes del siglo XX? ¿Cómo encajar entre sí los elementos naturales y los artificiales, los de fecha precisa y los intemporales, en el interior de un mismo fotograma? ¿Cómo dar homogeneidad a materiales dispares? ¿Cómo luchar contra el sol o dominarlo a voluntad? ¿Cómo interpretar los deseos de un realizador cinematográfico que sabe bien lo que no quiere, pero que no sabe explicar lo que quiere?
Esperaba encontrarme con un libro instructivo, pero no sabía que además iba a emocionarme. Es que no se trata solamente de la descripción de un trabajo, sino también de la historia de una vocación. Néstor Almendros es consciente de ejercer un arte al tiempo que practica un oficio. Fervientemente enamorado del cine, nos hace participar de su vocación y nos demuestra que se puede hablar de la luz con palabras.
Néstor Almendros (Barcelona, España, 1930-Nueva York, Estados Unidos, 1992) fue un director de fotografía español, miembro de la ASC (American Society of Cinematographers).
Hijo de maestros, sufrió directamente las consecuencias de la persecución del aparato franquista. Su padre, Herminio Almendros, nacido en Almansa, fue un pedagogo muy reconocido en América latina. Introdujo en España el método pedagógico de Célestin Freinet. Tras la Guerra Civil se exiliaron en Cuba en enero de 1939. Allí su padre trabajaría como editor y maestro, utilizando los mismos métodos en los comienzos del régimen de Fidel Castro tras la Revolución Cubana. La madre de Néstor, María Cuyás Ponsa, sufrió un traslado forzoso a Huelva en 1944, como consecuencia del proceso de depuración profesional del magisterio.
En 1948 Néstor se marchó a Cuba con su padre, para evitar su incorporación al ejército español. El 25 de enero de 1949 su madre y sus hermanos, Sergio y María Rosa, pudieron reunirse con ambos en La Habana.
Desde su juventud, Néstor demostró gran interés por las artes, pero sobre todo por el cine. En Cuba obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras (1955) y comenzó su carrera como director de fotografía y realizador de películas aficionadas, junto con el fotógrafo cubano Herman Puig (1928), entre otros.
En este mismo año marcha a Nueva York a estudiar cine al New York City College. El curso siguiente está en Roma, en el Centro Sperimentale di Cinematografia. En 1957 vuelve a Estados Unidos, en donde enseña español en el Vassar College (estado de Nueva York) durante dos años, en tanto que dirige piezas teatrales de estudiantes hispanos en el Middlebury College.
Tras la Revolución Cubana, volvió a la isla, donde rodó diversos documentales para el Instituto Cubano de Arte en Industria Cinematográfica (ICAIC), como Gente en la playa, (1961). Sin embargo, al estar en desacuerdo con el gobierno surgido tras la revolución, abandonó el país en 1962, dirigiéndose a Francia, animado por la nouvelle vague. Allí desarrolló una brillante carrera como director de fotografía, con películas como El pequeño salvaje (1969) y La historia de Adéle (1975) de Truffaut o todas las realizadas por Éric Rohmer entre 1966 y 1976 (La coleccionista, Mi noche con Maud, La rodilla de Clara, etcétera).
Más tarde, trabajó tanto en Francia como en los Estados Unidos con películas como: Días del cielo, de Terrence Malick, por la que obtuvo un premio Oscar de fotografía en 1978; Kramer contra Kramer (1981), Bajo sospecha (1982) y Billy Bathgate (1991), las tres de Robert Benton; El último metro (1980), de nuevo con Truffaut; la taquillera The Blue Lagoon (1980), protagonizada por una debutante Brooke Shields; La decisión de Sophie (1982), de Alan J. Pakula (por cuya fotografía fue nominado al premio Oscar en 1983) o Pauline en la playa (1983), otra vez con Rohmer.
También codirigió, con Orlando Jiménez Leal, el documental Conducta impropia (1983) que revela la represión sufrida por los homosexuales durante la Revolución Cuban
- Editorial: Seix Barral |
- Páxinas: 416 |
- Dimensións: 240x160 |
- Idioma: castelán |
- Tradución: Almendros, Néstor |
- ISBN: 978-84-322-4652-4 |