El compromiso del Yoska Lázaro (Madrid, 1979) con un teatro de situaciones, donde lo político surge naturalmente, alejado tanto de una moralina banal como de un tono grandilocuente, queda en evidencia en estas tres obras. La escritura de Lázaro es potente, renovadora y poética. En sus textos la teatralidad se impone por sobre cualquier otro recurso retórico. Los personajes han sido construidos no sólo con la habilidad de un artesano, sino también con la poesía de alguien que sabe que aún cuando se describe lo sórdido, el arte tiene siempre una matriz poética.
Los errores de Noé se ubica en la última dictadura militar a través de una trama que combina la sutileza con la barbarie. Una pieza menor (o se seca las lágrimas y continúa) habla de la soledad del actor cuando las luces se apagan y el anhelo por trascender en su arte. Vago pone al descubierto la vida cotidiana en un barrio de emergencia. La miseria, que no es sólo económica, teje sus redes frente a la indiferencia de un mundo construido a partir de la pobreza de vastos sectores de la población.
En cada uno de estos textos, lo que el lector encontrará es la potencia dramática de Yoska Lázaro para crear un teatro vinculado con la problemática social. En ese sentido se trata también del rescate de procedimientos estéticos que si bien vienen del realismo, adquieren ahora nuevas formas sobre el escenario. El dramaturgo crea un mundo de personajes marginales, silenciados por el sistema capitalista, pero con la fuerza suficiente como para dejar una huella en el lector o en el espectador. Nadie sale indiferente del teatro de Lázaro. En eso reside su enorme capacidad dramática. Sus obras conmueven sin golpes bajos. Sus criaturas resultan creíbles. Dolorosamente creíbles. Y su teatro no termina ni cuando se cierra el libro ni cuando concluye la función. Sigue vivo en cada uno de nosotros.