Diego de Zama, funcionario de la administración colonial, espera un barco que traiga una carta con su promoción para así volver la casa. Pero el tiempo pasa, los gobernadores cambian y la carta nunca llega. Aproxímense a la nueva película de la argentina Lucrecia Martel como a una experiencia meta-cinematográfica. Porque lo que parecía suicida -adaptar la novela de Antonio Di Benedetto- se convierte en un proceso de inmersión en la irrealidad. Como el propio Zama, que encarna Daniel Giménez-Cacho, la ausencia de un eje temporal o narrativo consolidado va desnortando: nos sumergen en un estado de aturdimiento, envueltos en esa atmósfera febril donde es imposible separar lo soñado de lo real. Es Zama, obra de naturaleza parece que irrepetible. Si quieren una verdadera incrustación en el interior de la historia, atrévanse a este viaje equinoccial y paranoico. Cine áureo, arriesgado, por el cual se atrevieron a apostar, entre otros, los hermanos Almodóvar a través de El Deseo.